Los agentes irritantes externos, como las temperaturas frías y calientes, la contaminación, los rayos UV, el estrés, el maquillaje y los cosméticos inadecuados, pueden aumentar la sensibilidad de la piel.
Esto agrava aún más el círculo vicioso de la piel sensible, en el que el estrés oxidativo debilita la barrera protectora de la piel y conduce a la inflamación. Cuando es crónica, esta inflamación disminuye la comunicación entre las células y acelera su senescencia a través de una pérdida de parabiosis (la capacidad de " convivir "), debilitando aún más las defensas de la piel y reduciendo la producción de colágeno y elastina.
Los efectos visibles de esta inflamación crónica aparecen en la piel más rápidamente de lo que lo harían durante el proceso natural de envejecimiento, dando como resultado visible la aparición de arrugas, deshidratación, flacidez y un cutis apagado.